Son las 14:30, comienza la asamblea de la asociación de la facultad. Interminables turnos de palabras se suceden, la agresividad se dispara, cruces de acusaciones, mi imaginación vuela y empiezo a soñar.
Treinta hombres con uniforme de la guardia pretoriana del regimen totalitario irrumpen en la sala con sus armas automáticas. La cara de horror en todos los miembros de la asamblea
se muestra al verse encañonados por estas, sin mediar palabra una ráfaga de disparos BUDA BUDA BUDA BUDA BUDA.
Los gritos y las carreras se suceden, pero no hay a donde escapar, ni donde esconderse. La lluvia de balas barre sin fin la estancia, salpicandolo todo de sangre: La gente resbala en su frenéntica carrera sobre un suelo encharcado, o tropieza con los primeros cadaveres y son rematados sin piedad, hasta que el estruendo de las armas es sustituido por el característico clak clak de los cargadores vacíos.
De la omnipotente asamblea solo quedan gritos ahogados de dolor y una fría voz que dice:
La asamblea, queda disuelta...
La voz de la moderadora me saca de mi ensoñación, ha llegado mi turno de palabra y pronuncia mi nombre. Maldición!, mi sádica fantasía me ha hecho olvidar lo que quería decir, con una sonrisa por el recuerdo de ese paisaje mental intento realizar mi intervención de la manera más coherente posible.